nâo é por acaso Luis

nâo é por acaso Luis: (www.astormentas.com)
Poema ao acaso


quarta-feira, 8 de fevereiro de 2017

Chegou o vento, foise a luz

Nancy Fraser   -   "15 y último"  ( 22-01-2017)

Trump y el fin del capitalismo cool


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Más allá de su retórica proteccionista y antiglobalización, que se pondrá ahora a prueba, el problema del establishment con Trump es que encarna, como pocos, el lado feo pero mucho más cercano a la realidad de los gobiernos gringos. No es el canchero y multicultural Obama que se pasea con gracia bailarina por los círculos de poder, mientras ordena guerras mercenarias realmente criminales, tuerce el brazo a otros países y se jacta de eliminar a sus enemigos. Y tampoco es un Clinton, ni el libertino Bill ni la “feminista” Hillary. Es lo que los norteamericanos llaman un sharck, un tiburón: un sujeto con talento especial para los negocios y la suficiente carencia de escrúpulos para hacer lo que hay que hacer para obtener resultados.
A este respecto, si algo tiene de bueno la llegada de Trump es que echa por tierra esta larga y cuidadosamente cultivada fantasía del capitalismo neoliberal y el imperialismo del siglo XXI progresista y cool. Ese donde los presidentes norteamericanos veranean y juegan golf con estrellas del cine, la farándula, e “intelectuales” de renombre, por lo general avocados a alguna noble causa filantrópica como los carros ecológicos o el matrimonio igualitario, pero absolutamente insensibles a los desmanes que sus gobiernos hacen a lo largo y ancho del mundo, desde guerras sanguinarias como la de Libia, Siria e Irak, hasta la explotación de la mano de obra barata en los talleres del tercer mundo. Con Trump entramos en otro registro: el del capitalismo norteamericano puro y desnudo, sin mediaciones ni sublimaciones hipócritas que lo hagan potable. Y nadie lo ha contado mejor que la escritora norteamericana Nancy Fraser. 
Por: Nancy Fraser
La elección de Donald Trump es una más de una serie de insubordinaciones políticas espectaculares que, en conjunto, apuntan a un colapso de la hegemonía neoliberal. Entre esas insubordinaciones, podemos mencionar el voto del Brexit en el Reino Unido, el rechazo de las reformas de Renzi en Italia, la campaña de Bernie Sanders para la nominación demócrata en EE.UU., y el apoyo creciente cosechado por el Frente Nacional en Francia. Aun cuando difieren en ideología y objetivos, esos motines electorales comparten un blanco común: rechazan la globalización granempresarial, el neoliberalismo y al establishment político que los ha promovido. En todos los casos, los votantes dicen “¡No!” a la letal combinación de austeridad, libre comercio, deuda predatoria y trabajo precario y mal pagado que resulta característica del actual capitalismo financiarizado. Sus votos son una respuesta a la crisis estructural de esta forma de capitalismo, crisis que saltó por primera vez a la vista de todos con la casi fusión del orden financiero global en 2008.
Sin embargo, hasta hace poco, la repuesta más común a esta crisis era la protesta social: espectacular y vívida, desde luego, pero de carácter harto efímero. Los sistemas políticos, en cambio, parecían relativamente inmunes, todavía controlados por funcionarios de partido y élites del establishment, al menos en los estados capitalistas poderosos como EE.UU., el Reino Unido y Alemania. Pero ahora las ondas electorales de choque reverberan por todo el planeta, incluidas las ciudadelas de las finanzas globales. Quienes votaron por Trump, como quienes votaron por el Brexit o contra las reformas italianas, se han levantado contra sus amos políticos. Burlándose de las direcciones de los partidos, han repudiado el sistema que ha erosionado sus condiciones de vida en los últimos treinta años. Los sorprendente no es que lo hayan hecho, sino que hayan tardado tanto.
No obstante, la victoria de Trump no es solamente una revuelta contra las finanzas globales. Lo que sus votantes rechazaron no fue el neoliberalismo sin más, sino el neoliberalismo progresista. Esto puede sonar como un oxímoron, pero se trata de un alineamiento, aunque perverso, muy real: es la clave para entender los resultados electorales en EE.UU. y acaso también para comprender la evolución de los acontecimientos en otras partes. En la forma que ha cobrado en EE.UU., el neoliberalismo progresista es una alianza de las corrientes principales de los nuevos movimientos sociales (feminismo, antirracismo, multiculturalismo y derechos de los LGBTQ), por un lado, y, por el otro, sectores de negocios de gama alta “simbólica” y sectores de servicios (Wall Street, Silicon Valley y Hollywood). En esta alianza, las fuerzas progresistas se han unido efectivamente con las fuerzas del capitalismo cognitivo, especialmente la financiarización. Aunque, maldita sea la gracia, lo cierto es que las primeras prestan su carisma a este último. Ideales como la diversidad y el “empoderamiento”, que, en principio podrían servir a diferentes propósitos, ahora dan lustre a políticas que han resultado devastadoras para la industria manufacturera y para las vidas de lo que otrora era la clase media.
El neoliberalismo progresista se desarrolló en EE.UU. durante estas tres últimas décadas y fue ratificado por el triunfo electoral de Bill Clinton en 1992. Clinton fue el principal ingeniero y portaestandarte de los “nuevos demócratas”, el equivalente estadounidense del “Nuevo Laborismo” de Tony Blair. En vez de la coalición del New Deal entre obreros industriales sindicalizados, afroamericanos y clases medias urbanas, Clinton forjó una nueva alianza de empresarios, suburbanitas, nuevos movimientos sociales y juventud: todos proclamando orgullosos su bona fides moderna y progresista, amante de la diversidad, el multiculturalismo y los derechos de las mujeres. Aun cuando la administración Clinton hizo suyas esas ideas progresistas, cortejó a Wall Street. Pasando el mando de la economía a Goldman Sachs, desreguló el sistema bancario y negoció tratados de libre comercio que aceleraron la desindustrialización. Lo que se perdió por el camino fue el Cinturón del Óxido, otrora bastión de la democracia social del New Deal y ahora la región que ha entregado el Colegio Electoral a Donald Trump. Esa región, junto con nuevos centros industriales en el Sur, recibió un duro revés cuando la financiarización más desatada campó a sus anchas en el curso de las pasadas dos décadas. Continuadas por sus sucesores, incluido Barak Obama, las políticas de Clinton degradaron las condiciones de vida de todo el pueblo trabajador, pero especialmente de los empleados en la producción industrial. Para decirlo sumariamente: Clinton tiene una pesada responsabilidad en el debilitamiento de las uniones sindicales, en el declive de los salarios reales, en el aumento de la precariedad laboral y en el auge de las familias con dos ingresos que vino a substituir al difunto salario familiar.
Como sugiere esto último, al asalto a la seguridad social le dio lustre un barniz de carisma emancipatorio prestado por los nuevos movimientos sociales. Durante todos los años en los que se abría un cráter tras otro en su industria manufacturera, el país estaba animado y entretenido por una faramalla de “diversidad”, “empoderamiento” y “no-discriminación”. Identificando “progreso” con meritocracia en vez de igualdad, con esos términos se equiparaba la “emancipación” con el ascenso de una pequeña élite de mujeres “talentosas”, minorías y gays en la jerarquía empresarial del quien-gana-se-queda-con-todo, en vez de con la abolición de esta última. Esa comprensión liberal-individualista del “progreso” vino gradualmente a reemplazar la comprensión anticapitalista –más abarcadora, antijerárquica, igualitaria y sensible a la clase social– de la emancipación que había florecido en los años 60 y 70. Cuando la nueva izquierda menguó, su crítica estructural de la sociedad capitalista se marchitó, y el esquema mental liberal-individualista tradicional del país se reafirmó a sí mismo al tiempo que se contraían las aspiraciones de los “progresistas” y de los sedicentes izquierdistas. Pero lo que selló el acuerdo fue la coincidencia de esta evolución con el auge del neoliberalismo. Un partido inclinado a liberalizar la economía capitalista encontró su compañero perfecto en un feminismo empresarial centrado en la “voluntad de dirigir” o en “romper el techo de cristal”.
El resultado fue un “neoliberalismo progresista”, amalgama de truncados ideales de emancipación y formas letales de financiarización. Fue esa amalgama la que desecharon in toto los votantes de Trump. Prominentes, entre los dejados atrás en este bravo mundo cosmopolita, eran los obreros industriales, desde luego, pero también ejecutivos, pequeños empresarios y todos quienes dependían de la industria en el Cinturón del Óxido y en el Sur, así como las poblaciones rurales devastadas por el desempleo y la droga. Para esas poblaciones, al daño de la desindustrialización se añadió el insulto del moralismo progresista, que se acostumbró a considerarlos culturalmente atrasados. Rechazando la globalización, los votantes de Trump repudiaban también el liberalismo cosmopolita identificado con ella. Algunos –no, desde luego, todos, ni mucho menos–quedaron a un paso muy corto de culpar del empeoramiento de sus condiciones de vida a la corrección política, a las gentes de color, a los inmigrantes y los musulmanes. A sus ojos, las feministas y Wall Street eran aves de un mismo plumaje, perfectamente unidas en la persona de Hillary Clinton.
Lo que hizo posible esa combinación fue la ausencia de cualquier izquierda genuina. A pesar de arrebatos periódicos como Occupy Wall Street, que se rebeló efímero, no ha habido una presencia sostenida de la izquierda en EE.UU. desde hace varias décadas. Ni se ha dado aquí una narrativa abarcadora de izquierda que pudiera vincular los legítimos agravios de los votantes de Trump con una crítica efectiva de la financiarización, por un lado, y con la visión antirracista, antisexista y antijerárquica de la emancipación, por el otro. Igualmente devastador resultó que se dejaran languidecer los potenciales vínculos entre el mundo del trabajo y los nuevos movimientos sociales. Divorciados el uno del otro, estos indispensables polos de cualquier izquierda viable se alejaron indefinidamente hasta llegar a parecer antitéticos.
Al menos hasta la notable campaña de Bernie Sanders en las primarias, que bregó por unirlos luego del relativo pinchazo de la consigna “Las vidas negras cuentan”. Haciendo estallar el sentido común neoliberal reinante, la revuelta de Sanders fue, en el lado demócrata, el paralelo de Trump. Así como Trump logró dar el vuelco al establishment republicano, Sanders estuvo a un pelo de derrotar a la sucesora ungida por Obama, cuyos apparatchiks controlaban todos y cada uno de los resortes del poder en el Partido Demócrata. Entre ambos, Sanders y Trump, galvanizaron una enorme mayoría del voto norteamericano. Pero solo el populismo reaccionario de Trump sobrevivió. Mientras que él consiguió deshacerse fácilmente de sus rivales republicanos, incluidos los predilectos de los grandes donantes de campaña y de los jefes del Partido, la insurrección de Sanders fue frenada eficazmente por un Partido Demócrata mucho menos democrático. En el momento de la elección general, la alternativa de izquierda ya había sido suprimida. La opción que quedaba era un tómalo o déjalo entre el populismo reaccionario y el neoliberalismo progresista: elijan el color que quieran, mientras sea negro. Cuando la sedicente izquierda cerró filas con Hillary, la suerte estaba echada.
Sin embargo, y de ahora en más, este es un dilema que la izquierda debería rechazar. En vez de aceptar los términos en que las clases políticas nos presentan el dilema que opone emancipación a protección social, lo que deberíamos hacer es trabajar para redefinir esos términos partiendo del vasto y creciente fondo de revulsión social contra el presente orden. En vez de ponernos del lado de la financiarización-cum-emancipación contra la protección social, lo que deberíamos hacer es construir una nueva alianza de emancipación y protección social contra la financiarización. En ese proyecto, que construiría sobre terreno preparado por Sanders, emancipación no significa diversificar la jerarquía empresarial, sino abolirla. Y prosperidad no significa incrementar el valor de las acciones o el beneficios empresarial, sino la base de partida de una buena vida para todos. Esa combinación sigue siendo la única respuesta de principios, y ganadora en la presente coyuntura.
En lo que a mí hace, no derramé ninguna lágrima por la derrota del neoliberalismo progresista. Es verdad: hay mucho que temer de una administración Trump racista, antiinmigrante y antiecológica. Pero no deberíamos lamentar ni la implosión de la hegemonía neoliberal ni la demolición del clintonismo y su tenaza de hierro sobre el Partido Demócrata. La victoria de Trump significa una derrota de la alianza entre emancipación y financiarización. Pero esta presidencia no ofrece solución ninguna a la presente crisis, no trae consigo la promesa de un nuevo régimen ni de una hegemonía segura. A lo que nos enfrentamos más bien es a un interregno, a una situación abierta e inestable en la que los corazones y las mentes están en juego. En esta situación, no solo hay peligros, también oportunidades: la posibilidad de construir una nueva Nueva Izquierda.
Mucho dependerá, en parte, de que los progresistas que apoyaron la campaña de Hillary sean capaces de hacer un serio examen de conciencia. Necesitarán librarse del mito, confortable pero falso, de que perdieron contra una “panda deplorable” (racistas, misóginos, islamófobos y homófobos) auxiliados por Vladimir Putin y el FBI. Necesitarán reconocer su propia parte de culpa al sacrificar la protección social, el bienestar material y la dignidad de la clase obrera a una falsa interpretación de la emancipación entendida en términos de meritocracia, diversidad y empoderamiento. Necesitarán pensar a fondo en cómo podemos transformar la economía política del capitalismo financiarizado reviviendo el lema de campaña de Sanders –“socialismo democrático”– e imaginando qué podría ese lema significar en el siglo XXI. Necesitarán, sobre todo, llegar a la masa de votantes de Trump que no son racistas ni próximos a la ultraderecha, sino víctimas de un “sistema fraudulento” que pueden y deben ser reclutados para el proyecto antineoliberal de una izquierda rejuvenecida.
Eso no quiere decir olvidarse de preocupaciones acuciantes sobre el racismo y el sexismo. Pero significa molestarse en mostrar de qué modo esas inveteradas opresiones históricas hallan nuevas expresiones y nuevos fundamentos en el capitalismo financiarizado de nuestros días. Rechazando la idea falsa, de suma cero, que dominó la campaña electoral, deberíamos vincular los daños sufridos por las mujeres y las gentes de color con los experimentados por los muchos que votaron a Trump. Por esa senda, una izquierda revitalizada podría sentar los fundamentos de una nueva y potente coalición comprometida a luchar por todos.
Publicado originalmente en: Dissent Magazine

http://www.15yultimo.com/2017/01/22/trump-y-el-fin-del-capitalismo-cool/


- Periodista: Señor Rajoy, ¿Por qué sube tanto la luz?

- Rajoy: "¿Es que no se ha enterado?  No llueve, no hace viento. ¿Qué me pide usted, que sople?

(...)


- Periodista: Señor Rajoy, ha entrado en Galicia Kurtz, un extraño, sin llamar a la puerta, y nos han cortado la luz ocasionando importantes pérdidas a quienes ya no consiguen levantar cabeza. Llueve mucho y hace muchísimo viento, más que nunca desde el Hortensia.
¿Bajará ahora la luz, entonces?

- Rajoy: Preocúpense de atender las quejas de Florentino (1), al que le impiden jugar en Balaídos-Vigo, con la disculpa de que unos hilillos de uralita se han desprendido de la cubierta, con el fin de perjudicarnos a todos los madridistas, que somos todos los españoles de bien en general, y restantes bien nacidos del mundo en particular, impidiéndonos de ese modo ganar en domingo,  que es fiesta de guardar. 

( (1) Florentino, siempre ganador nunca perdedor. El mismo que dejó sin reemplazar la cubierta del estadio de Riazor -que le fue adjudicada en concurso público por el PP -a quien sinó- porque el gobierno que sucedió a este en el Ayuntamiento de A Coruña pretendía pagarle únicamente conforme al importe convenido, sin sobrecostes)  

- Continúa Rajoy: Y respecto a "lo otro", pues yo ya... de eso se ocupa mi ministro de Energía. Que les conteste él. Yo estoy esperando llamada del P. Donald, que me va adjudicar la franquicia para ser su intermediario exclusivo con el resto del mundo: 


- Álvaro Nadal, ministro de Energía de Rajoy : 

"¡Tienen que acostumbrarse a pagar más por la luz, un milagro divino que tiene su propia Virgen!"


-  Periodista:  Pues suerte señor Rajoy.  A usted no lo veo yo ya para impartir cátedra en Georgetown. O a lo mejor, sí, precisamente por eso.
. https://lucasleonsimon.wordpress.com/2017/02/06/el-bodrio/#comment-5131

http://www.lavozdegalicia.es/noticia/galicia/2017/02/07/temporal-dejo-medio-millon-gallegos-electricidad-casas/0003_201702G7P2991.htm
http://www.lavozdegalicia.es/noticia/agro/2017/02/07/span-langgl-vez-muximos-temos-gastar-150-litros-gasoilspan/0003_201702G7P3991.htm

E/.-07.02.2017.18:58.-08.02.12:09.-/-P/.-/-K/.- ( )/

3 comentários:

  1. DESDE LA CORTE

    Y vendrá un nuevo temporal

    FERNANDO ONEGA
    10/02/2017 05:00

    Cuando 200.000 puntos de luz, cerca de 200.000 familias, se quedan sin energía eléctrica durante varios días, como se quedaron en Galicia por los últimos temporales, no estamos ante un pequeño suceso. Estamos ante lo que podría justificar una declaración de «zona catastrófica», porque los daños son inmensos y difícilmente cuantificables: productos perdidos en congeladores, industrias y granjas paralizadas, tecnología fuera de servicio, incomodidades en los hogares… Añádanse los daños directos en edificios, viviendas e instalaciones diversas, por no citar Balaídos y Riazor, y no sería exagerado calificar la situación como un desastre, especialmente en el medio rural.

    Veo desde la distancia que la clase política gallega se ha metido en la discusión habitual de atribución de responsabilidades. No entraré en ese capítulo, que forma parte del juego político, pero sí en lo difícil que es arreglar los desperfectos. Lo decía ayer María Santalla en La Voz: «Las consecuencias del temporal desbordan a electricistas y peritos». Una tormenta hace destrozos en un minuto, pero volver a la normalidad puede costar semanas o meses. Son muchas casas y muchos pueblos los afectados, muchos postes y mucho tendido eléctrico. Si alguien tiene la fórmula para rebajar los días que se tardó en devolver la luz eléctrica a los puntos de toda la geografía gallega donde el temporal la cortó, haría un gran servicio a la comunidad si la diese a conocer para futuros sucesos. A las compañías eléctricas se les puede y quizá debe reprochar todo, pero habrá que reconocer al mismo tiempo que Gas Natural Fenosa envió a Galicia a 700 operarios de Castilla y León y Asturias. Y los gestos de solidaridad de los gallegos recordaron los días del Prestige.

    Mi pregunta, al contrario de lo dicho en el Parlamento, es: ¿por qué los temporales causan más estragos en Galicia que en otras comunidades? ¿Por qué se tiene que alcanzar un récord de cortes de luz? Por tres razones: porque la velocidad del viento es superior, porque hay tendidos gruesos de alta tensión que resisten mal un vendaval de 180 kilómetros por hora y porque hay mucha masa forestal que hace el daño complementario.

    Propongo una reflexión: donde hay árboles autóctonos no hay derribos de tendido. Pero hemos repoblado Galicia de eucaliptos, un árbol con menos raíz, más altura y menos resistencia. El eucalipto termina arrancándose, vuela, cae sobre los tendidos y provoca el desastre. Nadie puede poner puertas a un temporal. Pero hay algo que sí se puede: Red Eléctrica, reforzar las grandes torres de alta tensión; los demás, tomemos nota de lo que ocurre con la masa forestal importada. Y hacerlo ya, porque el temporal siempre acaba por volver.

    http://www.lavozdegalicia.es/noticia/opinion/2017/02/10/vendra-nuevo-temporal/0003_201702G10P12991.htm

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  2. AFONSO EIRÉ


    Os escándalos das eléctricas



    DICÍAME un redactor xefe que tiven alá polos madriles: cando hai datos, que falen os datos.

    Primeiro escándalo: as empresas concesionarias dos saltos hidroeléctricos asinaron que lle entregarían un 25 % da súa produción ao Estado para usos sociais.

    Hoxe só hai unha empresa que cumpre o estipulado: A­cciona que, logo da reclamación da Confederación Hidrolóxica do Ebro, comezou a pagar no 2014 ese 25 % da enerxía hidráulica producida, a razón de 29,72 euros/MW/hora, máis impostos e gastos.

    A empresa Endesa, a que tamén lle reclamou a mesma CHE, négase a facer efectivo o pagamento, argumentando que no seu prego de condicións das concesións non parece consignado o prezo, como si aparece nas concesións de A­cciona, que son máis recentes. Mentres tanto, Endesa, escabúllese e non paga.

    Segundo datos do ano 2011, en Galiza hai instalados 3.337 MW en 147 centrais e minicentrais: 74 pertencentes á Xunta e 73 á Confederación Hidrolóxica Miño-Sil.

    Porque ambos organismos non reclaman ese 25 % da produción que nos pertence e con efecto retroactivo? Só o salto de Belesar tería que pagar máis de 10 millóns de euros anuais para usos sociais.

    Se analizamos o conxunto do estado, vemos como mentres os consumidores temos que pagar 30.000 millóns polo "déficit tarifario", as eléctricas débenlle máis ao Estado por este 25 % da produción que non pagan.

    Segundo escándalo: a reversión das centrais caducadas. O Goberno central non tramita a reversión das centrais hidroeléctricas as que lles caducan o período de explotación, que teñen prazos de validez de 50 a 75 anos. Deixan pasar os 18 meses en que deben resolver os expedientes nuns casos e, noutros, valéndose da argucia de que instalan outros grupos xunto a grande central, amplían outros 50 anos o período de explotación.

    Así fixo o goberno de Rodríguez Zapatero coa central dos Peares, que caducaba no 2010 e renovaron, un ano antes, até o 2059. A concesión ten agora unha vixencia de 149 anos, superando os 75 que fixa o Regulamento do Dominio Público Hidráulico.

    Este ano caducan os permisos das centrais de Castro Caldelas e Pereiro de Aguiar. A de Enviande xa caducou hai tres anos. Outras 10 centrais galegas terían que pasar a mans publicas nun período de cinco anos. Non, ningún goberno quere facer cumprir a lei rematando co uso especulativo da auga, un ben público, fonte de riqueza dunhas cantas familias... E a UE, tan mirada para outras cousas, tampouco fai cumprir a Directiva Marco da Auga, a norma que ditou e que deberían cumprir todos os Estados. En Galiza sáltana o 70 % das centrais...

    Como non podemos acender a luz, non vemos o que pasa coa auga!

    Xornalista

    http://www.elcorreogallego.es/opinion/firmas/ecg/afonso-eire-escandalos-das-electricas/idEdicion-2017-02-11/idNoticia-1040808/

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  3. Un Dépor da Coruña

    XULIO FERREIRO


    13/02/2017 05:00

    Non ten esta cidade bo recordo dos antigos enfrontamentos entre o Concello e o Deportivo. Tampouco da división social que viviu recentemente o deportivismo, en cuxa resolución traballamos silenciosamente. Porque é claro o compromiso deste Goberno local co Dépor, símbolo e motor coruñés. Nesa liña, o Concello cede gratuitamente o estadio de Riazor (o que o propio club valora en 700.000 euros anuais), inviste en patrocinio ou desprega amplos e custosos dispositivos de tráfico. Non hai entidade de ningún tipo na Coruña que disfrute dunha axuda municipal semellante.

    As cubertas do estadio son responsabilidade do Concello. Herdamos do goberno do PP un deficiente proxecto de obra, que a adxudicataria afirmou non poder realizar, o que nos dirixía cara un litixio que paralizaría moitos anos as necesarias reformas. Por iso, e tras acordar coa SAD, procedeuse á resolución do contrato sen cargas económicas e á licitación dun moito máis ambicioso, que está a redactarse cos lentos procesos administrativos que marca a legalidade -creados para evitar a corrupción- e que supón unha histórica aposta do Concello polo benestar das xentes que acoden a Riazor: será un investimento duns 7 millóns de euros. Un esforzo inmenso que vai acompañado de obras de reparación e dun contrato de mantemento a piques de saír que garantirá aínda máis a seguridade do público.

    Ninguén apostou tanto como este Goberno local polo Dépor e por pechar o crónico problema das cubertas que, como ben dixo o expresidente Lendoiro, remóntase décadas no tempo e polo tanto resulta moi anterior á nosa chegada a María Pita hai ano e medio.

    O Dépor é de todas e de todos. Patrimonio da Coruña popular. Desde a nosa posición -no Concello e na bancada- seguiremos facendo todo o necesario para que así sexa.

    Non imos caer nas provocacións de quen só se preocupa e berra polo Dépor cando lle sirve para os seus escuros intereses. O deportivismo non o merece. Así o creo eu, o primeiro alcalde da Coruña que tamén é socio de General.

    Xulio Ferreiro é alcalde da Coruña e socio 5.070 do Dépor.

    http://www.lavozdegalicia.es/noticia/torremarathon/2017/02/13/depor-da-coruna/0003_201702G13D3995.htm

    http://www.lavozdegalicia.es/noticia/torremarathon/2017/02/10/jose-manuel-sande-concejal-deportes-marea-ataca-dureza-deportivo/0003_201702G10P35992.htm

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