'El día que la mierda tenga algún valor, los pobres nacerán sin culo'.
'La sabiduría nos llega cuando ya no nos sirve de nada'.
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El Fidel Castro que yo conozco
Este es el Fidel Castro que creo conocer: Un hombre de costumbres austeras e ilusiones insaciables, con una educación formal a la antigua, de palabras cautelosas y modales tenues e incapaz de concebir ninguna idea que no sea descomunal.
Autor: Gabriel García Márquez | internet@granma.cu
17 de abril de 2014
Su devoción por la palabra. Su poder de seducción. Va a buscar los problemas donde estén. Los ímpetus de la inspiración son propios de su estilo. Los libros reflejan muy bien la amplitud de sus gustos. Dejó de fumar para tener la autoridad moral para combatir el tabaquismo. Le gusta preparar las recetas de cocina con una especie de fervor científico. Se mantiene en excelentes condiciones físicas con varias horas de gimnasia diaria y de natación frecuente. Paciencia invencible. Disciplina férrea. La fuerza de la imaginación lo arrastra a los imprevistos. Tan importante como aprender a trabajar es aprender a descansar.
Fatigado de conversar, descansa conversando. Escribe bien y le gusta hacerlo. El mayor estímulo de su vida es la emoción al riesgo. La tribuna de improvisador parece ser su medio ecológico perfecto. Empieza siempre con voz casi inaudible, con un rumbo incierto, pero aprovecha cualquier destello para ir ganando terreno, palmo a palmo, hasta que da una especie de gran zarpazo y se apodera de la audiencia. Es la inspiración: el estado de gracia irresistible y deslumbrante, que sólo niegan quienes no han tenido la gloria de vivirlo. Es el antidogmático por excelencia.
José Martí es su autor de cabecera y ha tenido el talento de incorporar su ideario al torrente sanguíneo de una revolución marxista. La esencia de su propio pensamiento podría estar en la certidumbre de que hacer trabajo de masas es fundamentalmente ocuparse de los individuos.
Esto podría explicar su confianza absoluta en el contacto directo. Tiene un idioma para cada ocasión y un modo distinto de persuasión según los distintos interlocutores. Sabe situarse en el nivel de cada uno y dispone de una información vasta y variada que le permite moverse con facilidad en cualquier medio. Una cosa se sabe con seguridad: esté donde esté, como esté y con quien esté, Fidel Castro está allí para ganar. Su actitud ante la derrota, aun en los actos mínimos de la vida cotidiana, parece obedecer a una lógica privada: ni siquiera la admite, y no tiene un minuto de sosiego mientras no logra invertir los términos y convertirla en victoria. Nadie puede ser más obsesivo que él cuando se ha propuesto llegar a fondo a cualquier cosa. No hay un proyecto colosal o milimétrico, en el que no se empeñe con una pasión encarnizada. Y en especial si tiene que enfrentarse a la adversidad. Nunca como entonces parece de mejor talante, de mejor humor. Alguien que cree conocerlo bien le dijo: Las cosas deben andar muy mal, porque usted está rozagante.
Las reiteraciones son uno de sus modos de trabajar. Ej.: El tema de la deuda externa de América Latina, había aparecido por primera vez en sus conversaciones desde hacía unos dos años, y había ido evolucionando, ramificándose, profundizándose. Lo primero que dijo, como una simple conclusión aritmética, era que la deuda era impagable. Después aparecieron los hallazgos escalonados: Las repercusiones de la deuda en la economía de los países, su impacto político y social, su influencia decisiva en las relaciones internacionales, su importancia providencial para una política unitaria de América Latina… hasta lograr una visión totalizadora, la que expuso en una reunión internacional convocada al efecto y que el tiempo se ha encargado de demostrar.
Su más rara virtud de político es esa facultad de vislumbrar la evolución de un hecho hasta sus consecuencias remotas… pero esa facultad no la ejerce por iluminación, sino como resultado de un raciocinio arduo y tenaz. Su auxiliar supremo es la memoria y la usa hasta el abuso para sustentar discursos o charlas privadas con raciocinios abrumadores y operaciones aritméticas de una rapidez increíble.
Requiere el auxilio de una información incesante, bien masticada y digerida. Su tarea de acumulación informativa principia desde que despierta. Desayuna con no menos de 200 páginas de noticias del mundo entero. Durante el día le hacen llegar informaciones urgentes donde esté, calcula que cada día tiene que leer unos 50 documentos, a eso hay que agregar los informes de los servicios oficiales y de sus visitantes y todo cuanto pueda interesar a su curiosidad infinita.
Las respuestas tienen que ser exactas, pues es capaz de descubrir la mínima contradicción de una frase casual. Otra fuente de vital información son los libros. Es un lector voraz. Nadie se explica cómo le alcanza el tiempo ni de qué método se sirve para leer tanto y con tanta rapidez, aunque él insiste en que no tiene ninguno en especial. Muchas veces se ha llevado un libro en la madrugada y a la mañana siguiente lo comenta. Lee el inglés pero no lo habla. Prefiere leer en castellano y a cualquier hora está dispuesto a leer un papel con letra que le caiga en las manos. Es lector habitual de temas económicos e históricos. Es un buen lector de literatura y la sigue con atención.
Tiene la costumbre de los interrogatorios rápidos. Preguntas sucesivas que él hace en ráfagas instantáneas hasta descubrir el por qué del por qué del por qué final. Cuando un visitante de América Latina le dio un dato apresurado sobre el consumo de arroz de sus compatriotas, él hizo sus cálculos mentales y dijo: Qué raro, que cada uno se come cuatro libras de arroz al día. Su táctica maestra es preguntar sobre cosas que sabe, para confirmar sus datos. Y en algunos casos para medir el calibre de su interlocutor, y tratarlo en consecuencia.
No pierde ocasión de informarse. Durante la guerra de Angola describió una batalla con tal minuciosidad en una recepción oficial, que costó trabajo convencer a un diplomático europeo de que Fidel Castro no había participado en ella. El relato que hizo de la captura y asesinato del Che, el que hizo del asalto de la Moneda y de la muerte de Salvador Allende o el que hizo de los estragos del ciclón Flora, eran grandes reportajes hablados.
Su visión de América Latina en el porvenir, es la misma de Bolívar y Martí, una comunidad integral y autónoma, capaz de mover el destino del mundo. El país del cual sabe más después de Cuba, es Estados Unidos. Conoce a fondo la índole de su gente, sus estructuras de poder, las segundas intenciones de sus gobiernos, y esto le ha ayudado a sortear la tormenta incesante del bloqueo.
En una entrevista de varias horas, se detiene en cada tema, se aventura por sus vericuetos menos pensados sin descuidar jamás la precisión, consciente de que una sola palabra mal usada puede causar estragos irreparables. Jamás ha rehusado contestar ninguna pregunta, por provocadora que sea, ni ha perdido nunca la paciencia. Sobre los que le escamotean la verdad por no causarle más preocupaciones de las que tiene: El lo sabe. A un funcionario que lo hizo le dijo: Me ocultan verdades por no inquietarme, pero cuando por fin las descubra me moriré por la impresión de enfrentarme a tantas verdades que han dejado de decirme. Las más graves, sin embargo, son las verdades que se le ocultan para encubrir deficiencias, pues al lado de los enormes logros que sustentan la Revolución los logros políticos, científicos, deportivos, culturales, hay una incompetencia burocrática colosal que afecta a casi todos los órdenes de la vida diaria, y en especial a la felicidad doméstica.
Cuando habla con la gente de la calle, la conversación recobra la expresividad y la franqueza cruda de los afectos reales. Lo llaman: Fidel. Lo rodean sin riesgos, lo tutean, le discuten, lo contradicen, le reclaman, con un canal de transmisión inmediata por donde circula la verdad a borbotones. Es entonces que se descubre al ser humano insólito, que el resplandor de su propia imagen no deja ver. Este es el Fidel Castro que creo conocer: Un hombre de costumbres austeras e ilusiones insaciables, con una educación formal a la antigua, de palabras cautelosas y modales tenues e incapaz de concebir ninguna idea que no sea descomunal.
Sueña con que sus científicos encuentren la medicina final contra el cáncer y ha creado una política exterior de potencia mundial, en una isla 84 veces más pequeña que su enemigo principal. Tiene la convicción de que el logro mayor del ser humano es la buena formación de su conciencia y que los estímulos morales, más que los materiales, son capaces de cambiar el mundo y empujar la historia.
Lo he oído en sus escasas horas de añoranza a la vida, evocar las cosas que hubiera podido hacer de otro modo para ganarle más tiempo a la vida. Al verlo muy abrumado por el peso de tantos destinos ajenos, le pregunté qué era lo que más quisiera hacer en este mundo, y me contestó de inmediato: pararme en una esquina.
http://www.granma.cu/cultura/2014-04-17/la-novela-de-sus-recuerdos
La novela de sus recuerdos
Granma reproduce una crónica del líder histórico de la Revolución, Fidel Castro y otra del escritor Ángel Augier sobre García Márquez; así como dos entrevistas que confirió el Premio Nobel a nuestro diario.
Autor: Fidel Castro Ruz | internet@granma.cu
17 de abril de 2014
Fuente: Granma Internacional. 08/12/02 pag.: 8
Gabo y yo estábamos en la ciudad de Bogotá el triste día 9 de abril de 1948 en que mataron a Gaitán. Teníamos la misma edad: 21 años; fuimos testigos de los mismos acontecimientos, ambos estudiábamos la misma carrera: Derecho. Eso al menos creíamos los dos. Ninguno tenía noticias del otro. No nos conocía nadie, ni siquiera nosotros mismos.
Casi medio siglo después, Gabo y yo conversábamos, en vísperas de un viaje a Birán, el lugar de Oriente, en Cuba, donde nací la madrugada del 13 de agosto de 1926. El encuentro tenía la impronta de las ocasiones íntimas, familiares, donde suelen imponerse el recuento y las efusivas evocaciones, en un ambiente que compartíamos con un grupo de amigos del Gabo y algunos compañeros dirigentes de la Revolución.
Aquella noche de nuestro diálogo, repasaba las imágenes grabadas en la memoria: ¡Mataron a Gaitán!, repetían los gritos del 9 de abril en Bogotá, adonde habíamos viajado un grupo de jóvenes cubanos para organizar un congreso latinoamericano de estudiantes. Mientras permanecía perplejo y detenido, el pueblo arrastraba al asesino por las calles, una multitud incendiaba comercios, oficinas, cines y edificios de inquilinato. Algunos llevaban de uno a otro lado pianos y armarios en andas. Alguien rompía espejos. Otros la emprendían contra los pasquines y las marquesinas. Los de más allá vociferaban su frustración y su dolor desde las bocacalles, las terrazas floridas o las paredes humeantes. Un hombre se desahogaba dándole golpes a una máquina de escribir, y para ahorrarle el esfuerzo descomunal e insólito, la lancé hacia arriba y voló en pedazos al caer contra el piso de cemento. Mientras hablaba, Gabo escuchaba y probablemente confirmaba aquella certeza suya de que en América Latina y el Caribe, los escritores han tenido que inventar muy poco, porque la realidad supera cualquier historia imaginada, y tal vez su problema ha sido el de hacer creíble su realidad. El caso es que, casi concluido el relato, supe que Gabo también estaba allí y percibí reveladora la coincidencia, quizás habíamos recorrido las mismas calles y vivido los sobresaltos, asombros e ímpetus que me llevaron a ser uno más en aquel río súbitamente desbordado de los cerros. Disparé la pregunta con la curiosidad empedernida de siempre. "Y tú, ¿qué hacías durante el Bogotazo?", y él, imperturbable, atrincherado en su imaginación sorprendente, vivaz, díscola y excepcional, respondió rotundo, sonriente, e ingenioso desde la naturalidad de sus metáforas: "Fidel, yo era aquel hombre de la máquina de escribir".
A Gabo lo conozco desde siempre, y la primera vez pudo ser en cualquiera de esos instantes o territorios de la frondosa geografía poética garciamarquiana. Como él mismo confesó, lleva sobre su conciencia el haberme iniciado y mantenerme al día en "la adicción de los best-sellers de consumo rápido, como método de purificación contra los documentos oficiales". A lo que habría que agregar su responsabilidad al convencerme no solo de que en mi próxima reencarnación querría ser escritor, sino que además querría serlo como Gabriel García Márquez, con ese obstinado y persistente detallismo en que apoya como en una piedra filosofal, toda la credibilidad de sus deslumbrantes exageraciones. En una oportunidad llegó a aseverar que me había tomado dieciocho bolas de helado, lo cual, como es de suponer, protesté con la mayor energía posible.
Recordé después en el texto preliminar de Del amor y otros demonios que un hombre se paseaba en su caballo de once meses y sugerí al autor: "Mira, Gabo, añádele dos o tres años más a ese caballo, porque uno de once meses es un potrico". Después, al leer la novela impresa, uno recuerda a Abrenuncio Sa Pereira Cao, a quien Gabo reconoce como el médico más notable y controvertido de la ciudad de Cartagena de Indias, en los tiempos de la narración. En la novela, el hombre llora sentado en una piedra del camino junto a su caballo que en octubre cumple cien años y en una bajada se le reventó el corazón. Gabo, como era de esperarse, convirtió la edad del animal en una prodigiosa circunstancia, en un suceso increíble de inobjetable veracidad.
Su literatura es la prueba fehaciente de su sensibilidad y adhesión irrenunciable a los orígenes, de su inspiración latinoamericana y lealtad a la verdad, de su pensamiento progresista.
Comparto con él una teoría escandalosa, probablemente sacrílega para academias y doctores en letras, sobre la relatividad de las palabras del idioma, y lo hago con la misma intensidad con que siento fascinación por los diccionarios, sobre todo aquel que me obsequiara cuando cumplí 70 años, y es una verdadera joya porque a la definición de las palabras, añade frases célebres de la literatura hispanoamericana, ejemplos de buen uso del vocabulario. También, como hombre público obligado a escribir discursos y narrar hechos, coincido con el ilustre escritor en el deleite por la búsqueda de la palabra exacta, una especie de obsesión compartida e inagotable hasta que la frase nos queda a gusto, fiel al sentimiento o la idea que deseamos expresar y en la fe de que siempre puede mejorarse. Lo admiro sobre todo cuando, al no existir esa palabra exacta, tranquilamente la inventa. ¡Cómo envidio esa licencia suya!
Ahora aparece Gabo por Gabo con la publicación de su autobiografía, es decir, la novela de sus recuerdos, una obra que imagino de nostalgia por el trueno de las cuatro de la tarde, que era el instante de relámpago y magia que su madre Luisa Santiaga Márquez Iguarán echaba de menos lejos de Aracataca, la aldea sin empedrar, de torrenciales aguaceros eternos, hábitos de alquimia y telégrafo y amores turbulentos y sensacionales que poblarían Macondo, el pequeño pueblo de las páginas de cien años solitarios con todo el polvo y el hechizo de Aracataca. De Gabo siempre me han llegado cuartillas aún en preparación, por el gesto generoso y de sencillez con que siempre me envía, al igual que a otros a quienes mucho aprecia, los borradores de sus libros, como prueba de nuestra vieja y entrañable amistad. Esta vez hace una entrega de sí mismo con sinceridad, candor y vehemencia, que le develan como lo que es, un hombre con bondad de niño y talento cósmico, un hombre de mañana, al que agradecemos haber vivido esa vida para contarla.
.http://www.lavozdegalicia.es/noticia/ocioycultura/2014/04/18/gallego-garcia-marquez/0003_201404G18P36994.htm
El gallego García Márquez
Los antepasados originarios de Galicia del escritor y las «cosas increíbles y sobrenaturales» que le contaban influyeron en su extraordinaria forma de narrar
CARLOS G. REIGOSA
18 de abril de 2014 05:00
Sorprende leer las reiteradas afirmaciones de Gabriel García Márquez sobre sus antepasados gallegos, pero ahí están, en artículos o en declaraciones, como las anotadas por su amigo Plinio Apuleyo Mendoza en El olor de la guayaba (1982). «Mis abuelos eran descendientes de gallegos, y muchas de las cosas sobrenaturales que me contaban provenían de Galicia», decía García Márquez. Y, por si quedaba alguna duda, tras recibir el Premio Nobel de Literatura en 1982 confesó que había escrito Cien años de soledad (1967) «usando el mismo método de mi abuela», es decir, el de narrar las historias más extraordinarias, inverosímiles y conmovedoras con la «cara de palo» con que las contaba su «abuela gallega» Tranquilina Iguarán Cotes. Descubrió entonces que ese modo imperturbable de contar y esa riqueza de imágenes era lo que más podía contribuir a la verosimilitud de sus historias.
Cuando hacía estas afirmaciones, el escritor colombiano aún no había estado en Galicia. Pero en 1983, literalmente extenuado por el ajetreo de ganar el Nobel, visitó en La Moncloa a Felipe González, recién elegido presidente del Gobierno, y le confesó su necesidad inaplazable de tomarse un descanso. García Márquez lo contaba luego con las siguientes palabras: «Decidí regalarme en la realidad uno de mis sueños más antiguos: conocer Galicia». Quien le facilitó el viaje fue el joven presidente español, que le encomendó a Domingo García-Sabell, por entonces delegado general del Gobierno en Galicia y presidente de la Real Academia Galega, que recibiese al escritor, que lo guiase y, sobre todo, que lo liberase de toda exposición pública. García-Sabell cumplió a rajatabla. De la visita de García Márquez, que duró 72 horas del mes de mayo de 1983, solo quedaron dos fotos de la Agencia Efe y unas dedicatorias en el único momento en que fue reconocido por un profesor del Instituto Rosalía de Castro, al salir de un restaurante y dirigirse a la plaza del Obradoiro. El resto fue una visita de riguroso incógnito por las calles compostelanas, con epílogo en las Rías Baixas.
Aquella visita fructificó en un artículo revelador e inolvidable del escritor titulado Viendo llover en Galicia, que, contiene una de las más felices y atinadas visiones de Compostela y del ser gallego. «La ciudad -dice el escritor- se impone de inmediato, completa y para siempre, como si se hubiera nacido en ella». García Márquez buscaba literalmente sus raíces ¡y las encontró! Por ello empezó su artículo con una frase inequívoca del Che Guevara: «La nostalgia empieza por la comida». Porque también para él «la nostalgia de Galicia había empezado por la comida, antes de que hubiera conocido la tierra». Es decir, por la comida que hacía su abuela, los panes del viejo horno y los «jamones deliciosos» cuyo sabor se le «quedó grabado para siempre en la memoria del paladar». Un sabor que volvió a encontrar en Galicia. Por ello terminaba preguntándose si no había empezado «a ser víctima de los mismos desvaríos de su abuela. Entre gallegos -ya lo sabemos- nunca se sabe».
Testarudos
Fueron estos reconocimientos los que me llevaron en su día a buscar al escritor e intentar dilucidar su vinculación personal y literaria con Galicia. Los resultados están en el libro La Galicia mágica de García Márquez. Cuando aún lo estaba haciendo, me encontré con él en Los Ángeles (Estados Unidos), me miró fijamente y me dijo: «¿También tú por aquí? Ah, gallego, gallego. ¡Los gallegos somos los seres más testarudos del mundo! Se lo he dicho muchas veces a Fidel Castro, que, como buen gallego, es de una terquedad ilimitada». Entendí perfectamente lo que me quería decir: que ya le habíamos dado bastantes vueltas a la «abuela gallega». Los dos. ¿Dónde está Galicia en su obra? «En la forma de contar». Lo dijo él.
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RAMON CHAO
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http://ramonchao.wordpress.com/2012/03/07/conversacion-con-gabo/
"Comentamos la posible semejanza del libro de Torrente Ballester La saga-fuga de JIB y su Cien años de soledad, que para mí no existe Ballester en una entrevista publicada este verano en EL PAÍS.
Para García Márquez tampoco hay nada de esto. Incluso me quiere hacer creer que ambas novelas son contemporáneas. Le aseguro que La saga-fuga es Posterior, y le recuerdo lo que me había dicho sobre su abuela gallega, que le contaba por las noches leyendas de nuestra tierra.
Me explica García Márquez que su abuela le preparaba un jamón curado en sal que nunca volvió a encontrar en Colombia ni en España hasta que un día descubrió el lacón gallego. Por ello deduce que tal vez su abuela fuera gallega o hija de gallegos y, en efecto, le relataba historias maravillosas, leyendas extraordinarias y sobrenaturales.
«Me parece perfectamente normal», dice, «que estando el Caribe lleno de leyendas llevadas por los gallegos se produzca una literatura coincidente, llena de mundos mágicos y paralelos».
Por último, evocamos lo escrito en Diario 16 acerca de una eventual disputa entre Fidel Castro y él a raíz de sus artículos sobre la intervención cubana en Africa.
Sobre esto sólo me dijo García Márquez que ha mandado los recortes de ese tema a sus amigos cubanos, que se van a reír mucho de semejante estupidez.
Y así no pudimos hablar de la nueva versión del Don Juan, de Mozart, montada por Maurice Béjart en Ginebra."
RAMÓN CHAO, EL PAÍS / Madrid /16 /01/1981.
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El cineasta gallego Carlos Velo Cobelas con el escritor Gabriel García Márquez.
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